Al terminar la carrera y enfrentarme al difícil momento de dedicar mi vida, muchos factores y un gran confusión vino a mi cabeza, existían las llamadas especialidades anémicas, era el año 1969, el éxodo de médicos a principio de la Revolución se hacía sentir.
Como dirigente estudiantil que era debería dar un ejemplo y escoger una de las llamadas especialidades anémicas, había sido alumno ayudante de Fisiología durante toda la carrera, por lo que las especialidades investigativas de ciencias básicas me llamaban la atención, sin embargo me gustaba el hospital y los pacientes enfermos ingresados.
Mi única vivencia en Anestesia era la rotación de 15 días por la Especialidad en el Hospital Militar donde tuve la suerte que mi profesor fuera el Maestro Ariel Soler al que entre otras cosas vi salvar la vida de una paciente con un embarazo ectópico roto casi exangüe, labor que realizó con una precisión y una profesionalidad para mi increíble, fue él el que llevó la voz cantante en ese caso y no el cirujano como yo pensaba que era.
Llegar al convencimiento que no me había equivocado en mi elección no se produjo el primer día, esos primeros días en el quirófano me sentía como un elefante en una vidriería, no podía hacer nada, no conocía nada, cualquier movimiento mío en el quirófano se exponía a una llamada de atención, fueron realmente los casos complicados y las largas madrugadas de estudio insomne los que al final me hicieron comprender que me había “casado” con la única Especialidad que me haría sentirme felizmente realizado.
Tuve la suerte que el también Maestro Fernando Polanco fuera mi profesor y guía en el Hospital Fajardo, entonces me di cuenta que había escogido sin un real conocimiento las más efectiva, humana entre todas las Especialidades clínicas.
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