No es extraño que llegue el verano y con él volvamos a escuchar cada año hablar del “mosquito”— ese viejo conocido que es el Aedes aegypti— y del dengue, una de las arbovirosis que transmite el zancudo. Lo que no era usual, hasta años recientes, es que la temporada donde se incrementa el índice de infestación del vector, y por tanto el riesgo de transmisión de la enfermedad, llegara en medio de una pandemia que no parece vaya a acabarse en breve tiempo.
Ello no solo supone que se incrementan las posibilidades de padecer estas enfermedades, sino que demanda de cada uno de nosotros mayor esfuerzo para contribuir, desde las acciones cotidianas, a la estabilidad epidemiológica del país.
Salir de una epidemia de covid-19 para adentrarnos en una de dengue, no es un derecho que tenemos. “Los próximos meses tienden a ser los más complejos y lo que no hagamos ahora puede ser determinante”, alertaba en días recientes el ministro de Salud Pública, doctor José Angel Portal Miranda.
En otras palabras, en el ciclo natural de esta especie ella tiende a proliferar entre mayo y septiembre, por lo que meses como octubre e incluso noviembre se han caracterizado históricamente por la transmisión del dengue. Ahora bien, la magnitud de esa transmisión es lo que podemos— y debemos— controlar.
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