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La violencia que muestran algunos niños ha hecho “sonar” la alarma social. Corregir esta conducta desde la infancia, está en mano de los padres. La agresividad infantil y la desobediencia son los dos trastornos que más preocupan a padres y profesores, por su repercusión futura en el fracaso escolar y en la conducta antisocial en la adolescencia, por las dificultades que presentan estos niños para adaptarse a su ambiente y socializarse.

Hay algunas conductas agresivas que son normales en una etapa de la vida, como es el llorar y patalear de un bebé; sin embargo, en otras etapas posteriores no se consideran adecuadas. Los arrebatos de agresividad son un rasgo normal en la infancia, pero algunos niños persisten en su conducta agresiva y en su incapacidad para dominar su mal genio. La agresividad se manifiesta en forma de acto violento físico con patadas, empujones, etc., y en forma verbal con insultos y palabrotas; en otras ocasiones, el niño agrede los objetos de la persona que ha hecho que se frustre.

¿Cuándo son agresivos nuestros hijos?

El “retrato” de un niño agresivo se manifiesta así:

  • Es incapaz de sentir empatía por otro, de ponerse en lugar de su víctima y de comprender cómo se siente cuando es agredida o insultada.
  • No comprende bien sus propias emociones ni las expresa de forma adecuada.
  • Habitualmente, experimenta sentimientos negativos, como venganza, ira, envi
  • dia y arrogancia.
  • Tiende a creer que el comportamiento de los demás es una amenaza para él e interpreta cualquier conducta como una provocación.
  • Es intolerante con las pequeñas fallas de las personas que lo rodean.
  • No acepta las normas de disciplina, ni en su casa ni en la escuela.
  • Disfruta maltratando a los compañeros con burlas y humillaciones, para sentirse el más importante ante otros.
  • Le gusta intimidar a sus víctimas en presencia del grupo, para sentirse protegido y valorado.

Perretas

Trate de buscar los motivos, si son frecuentes.

Pueden presentarse porque:

  • Mediante éstas consigue lo que quiere.
  • Si le exigen en forma brusca, necesita defenderse del maltrato.
  • Si los padres quieren dominarlo por la fuerza provocan en él la sensación de impotencia.
  • Los adultos interfieren demasiado en sus actividades y no lo dejan desenvolverse.
  • Esté presentando un trastorno de conducta debido, casi siempre, a errores de los padres al educarlo. Entonces, debe consultar a un psiquiatra infantil.

¿Qué hacer ante las perretas?

  • No responda con ira ni ceda a sus deseos; manténgase firme y sereno.
  • Ponerse furioso, sacudir al niño o pegarle durante la perreta, lo irrita más.
  • Ceder a sus deseos significará que cada vez que quiera conseguir algo, dará una para lograr sus fines.
  • Si usted se mantiene tranquilo, es posible que su niño busque una salida airosa para él, y pida algo más probable de obtener que lo que produjo la perreta.
  • Acéptelo y sea amable.
  • No encierre ni deje solo a su niño durante una perreta; manténgase cerca en silencio, lo más calmado posible.

¿Por qué el comportamiento agresivo de nuestros hijos?

Diversas teorías tratan de explicarlo; el psicoanálisis lo localiza en los impulsos internos, por tanto es innato en cada ser humano ser más o menos agresivo. Otras tratan sobre la agresión en el medio ambiente que rodea al individuo, por lo que la frustración la facilita y la teoría del aprendizaje social, que afirma que las conductas agresivas pueden aprenderse por imitación u observación de la conducta de modelos similares. El niño puede aprender a comportarse de esta forma, porque imita a los padres, a otros adultos o a compañeros. Cuando los progenitores castigan mediante violencia física o verbal, se convierten en modelos de conductas agresivas y ante situaciones conflictivas que puedan surgir, tiende a responder de la misma manera. Si las consecuencias de su conducta le son agradables o le reportan algún beneficio u obtiene lo que quiere, es probable que se repita en el futuro.

Es una incongruencia que los padres u otros adultos les enseñen a los niños que la mejor forma de resolver una situación conflictiva es gritándoles, porque nosotros les gritamos para decirles que no griten.

Dentro de la familia, además de los modelo referidos, es responsable de la conducta agresiva el tipo de disciplina que se imponga. Se ha comprobado que tanto unos padres poco exigentes como otros con actitudes hostiles que constantemente desaprueban al niño, fomentan el comportamiento agresivo.

La inconsistencia en la disciplina aparece cuando una misma conducta unas veces es castigada y otras, ignorada; o cuando el padre regaña al niño, pero la madre no lo hace o viceversa; o cuando para desaprobar la conducta agresiva del niño usan la agresión física.

Las relaciones de pareja deterioradas provocan estrés y depresión, y pueden inducir al niño a comportarse agresivamente.

Las expresiones que fomenten la agresividad, así como considerar que los varones siempre se tienen que fajar, son factores culturales que influyen en el desarrollo y fomento de la agresividad.

El castigo físico no es recomendable, porque sus efectos son negativos: se imita la agresividad y aumenta la ansiedad del niño.

¿Cuándo y cómo debemos utilizar el castigo?

  • Debe utilizarse de forma lógica, para mejorar la conducta indeseable, y no en dependencia de nuestro estado de ánimo.
  • No regañar o gritar con actitud vengativa, cuando se imponga.
  • No aceptar excusas o pretextos por parte del niño.
  • Avísele antes de que se le aplique un castigo.
  • Debe hacerse, desde el principio, de forma firme y definitiva.
  • Hay que combinar el castigo con alternativas para reforzar conductas aceptables.
  • No hay que esperar a que se desencadene toda la agresividad del niño, para aplicar el castigo; éste debe imponerse desde el inicio.
  • Cuando el niño es mayor, el castigo debe ser un contrato conductual (una negociación), puesto que ayuda a desarrollar habilidades de autocontrol.
  • Debe ser aplicado por poco tiempo y causar pocas molestias para el adulto que lo imponga.
  • Educa y no pegues.

Prevención de la violencia

  • Es mejor prevenir que curar.
  • El comportamiento violento de un niño no surge de un día para otro, se puede detectar y remediarlo a tiempo.
  • Observa el comportamiento de tu hijo desde pequeño y a diario, y corrígelo, pero siempre con una actitud de respeto y amor, jamás con gritos y mucho menos con violencia.
  • Soluciona los pequeños conflictos cotidianos de manera sosegada, pacífica y respetuosa. No olvides que los padres son el mejor modelo a imitar por el niño.
  • Unifica criterios: el padre y la madre deben hablar un mismo lenguaje.
  • Elogia la conducta comportamiento de tu hijo, siempre que se dirija con respeto a los demás (hermanos, amigos, personas mayores, etc.).
  • Hazle entender lo negativo que resulta ver películas violentas.
  • Elabora junto con tu hijo una lista de derechos humanos, que sea objeto de debates y comentarios; así se refuerza la comunicación afectiva en la familia.
  • Mantén relaciones con sus profesores para prevenir cualquier comportamiento previolento que pueda surgir en la escuela.
  • Conoce las amistades de tus hijos, sus actividades, forma de divertirse, etc.
  • Dialoga con ellos, pero sin convertirte en un detective.
  • La práctica cotidiana de la violencia tiene muchas posibilidades de llegar a situaciones con un final fatal.
  • Un comportamiento violento puede llegar a incapacitar al niño para valorar el alcance de sus acciones agresivas.
  • La familia es el núcleo más próximo e influyente en la conducta del niño, y éste imita las conductas agresivas entre el padre y la madre para resolver los conflictos.

Los padres enseñan a sus hijos a ser personas violentas, aunque no lo hagan de forma premeditada. ¿Cómo?

  • Disciplina familiar inconsistente.
  • Uso de malos tratos (castigo físico; pérdida del vínculo, el afecto y el apego familiar) que produce poco a poco una insensibilidad afectiva.
  • Influencia negativa del grupo social de pertenencia.
  • Repercusión de los video-juegos que dan guiones y pautas de conducta más violentos a los niños, por lo que puede añadir un efecto extra a la propia agresividad que instintivamente todos tenemos, y enseñar que para conseguir un propósito cualquiera o lograr una meta sea necesario agredir mediante armas o golpes a otra persona.
  • La violencia en la televisión también contribuye al aumento de la violencia social. Los niños deben distinguir entre la realidad y la fantasía de lo que ven.
  • Los padres y educadores deben centrar su acción educativa desde edades muy tempranas y prohibir que el niño vea películas que no están acorde a su edad.
  • Los niños no deben ver la televisión solos, sin un adulto al lado que les explique o comente lo que ven, lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo.
  • Si los niños ven la televisión solos pueden aprender a ser agresivos. Y al final aceptan la violencia como un comportamiento normal. La compañía de un adulto puede corregir esta actitud.

¿Cómo educar a los hijos sin gritarles ni golpearles?

Les brindamos algunas alternativas que los padres pueden utilizar para disminuir conductas inapropiadas en los hijos que tienen berrinches o rabietas:

Una técnica puede ser ignorar. Muy a menudo las conductas incorrectas de los hijos están orientadas a llamar la atención de sus padres. Cuando no se presta atención a estas conductas indeseables es porque las ignoran, pero se necesita mucho autocontrol por parte de los padres. Se debe analizar que la conducta inapropiada de su hijo se desea cambiar. Cuando se ignora una conducta de un niño, se debe dirigir la mirada hacia otro lado, no mostrar expresión facial alguna que demuestre desaprobación, no hacer ademanes, no tocarlo, no hablarle ni gritarle. Esta actitud de los padres debe ser sólo cuando los niños manifiesten conductas inapropiadas, pues en otros momentos los padres deben sonreírles, tocarlos, y alabarlos por su madurez y autocontrol.

Hay muchas situaciones en que aunque los padres quieran ignorar no se puede y debe emplearse otra técnica: tiempo fuera, que significa interrupción de estímulos y debe aplicarse en el momento en que ocurren esas conductas.

Para usar esta técnica se procede de la forma siguiente:

  • Buscar un lugar bien iluminado, con ventilación y aislado, de modo que no pueda ver la televisión y que el niño no se comunique con otros miembros de la familia.
  • Deben quitarse los juguetes, los libros, los alimentos, así como otros entrete- nimientos. La palabra clave es aburrir, no castigar.
  • Cuando se le informe al niño que tiene que estar en tiempo fuera, debe hacerse con calma, prontitud y sin mostrar la menor emoción. Debe decírsele porqué se le está mandando al tiempo fuera y cuánto debe permanecer en él.
  • Si el niño se resiste hay que tomarlo del brazo con suavidad, pero con deter- minación y acompañarlo al lugar seleccionado de antemano. Mantenga la calma y no discuta con él.
  • La duración del tiempo fuera varía de un niño a otro, y se puede utilizar 1 min por edad. Ejemplos: Si es un niño de 4 años, la duración es de 4 min.
  • Usar el reloj para saber cuándo ha concluido el tiempo fuera.
  • Si el niño abandona el lugar antes de lo estipulado, se le informa que debe comenzar de nuevo porque abandonó el lugar antes de concluir el tiempo requerido.
  • No es recomendable una duración mayor de 45 min.

¿Cómo educar mejor a su hijo?

  • No intente cambiarlo mediante argumentos, razonamientos y sermones más de 1 o 2 veces.
  • No le pregunte porqué lo hizo, pues a veces ni los adultos responden bien esa pregunta.
  • No lo amenace diciéndole que lo va a enviar al hospital o que ya no existe para usted, o que ya no lo quiere.
  • No pierda el control con arranques de cólera, ni le grite ni lo amenace.
  • No lo haga sentir culpable con acusaciones, reproches o avergonzándolo.
  • No ejerza el poder físico mediante golpes o sacudidas; muchos padres lo hacen, pero no es eficaz, ya que los golpes no educan.
  • No combine halagos con críticas, pues puede resultar peor que la no manifestación del halago.
  • No le diga que es malo o que no lo quiere, si hace algo que no está bien; explíquele el motivo de su error.

Recomendaciones para un desarrollo emocional adecuado de su hijo

  • Preste atención cuando se comporte adecuadamente, bríndele una sonrisa, elogie su conducta, abrácelo, béselo y se sentirá reconocido, por lo que tiende a repetir las conductas adecuadas.
  • Comparta la mayor parte de su tiempo, escuche sus problemas y trate de conocerlo.
  • Dé afecto, seguridad y confianza.
  • Ámelo, dígaselo y acarícielo, aunque ya no sea un bebé.
  • Dedíquele un tiempo, juegue con él, conversen sobre las cosas que le gustan y ayúdelo en las tareas.
  • Permita que exprese sus emociones de enojo, ira, miedo, llanto, etc., independientemente que sea hembra o varón.
  • Háblele de buena manera, no le grite ni lo golpee, y búsquele una tarea que hacer en la cual descargue su disgusto o su rabia hasta que recupere la calma.

El crecimiento y desarrollo de un niño está marcado por influencias biológicas, psicológicas y sociales. Para la mayor parte de las habilidades, se necesita maduración física y neurológica; sin embargo, otros logros no están tan ligados a la maduración, y dependen de la estimulación y del aprendizaje en el entorno. El temperamento del niño o niña, es decir, su forma o estilo habitual y característico de respuesta también recibe una influencia biológica de gran importancia y es relativamente resistente a la modificación de los padres, y muestra bastante estabilidad a lo largo del tiempo.

Conocer este aspecto, les permite a los padres comprender y aceptar las características de su hijo sin sentirse responsables por haberlas provocado, y que los problemas emocionales y conductuales se producen cuando su temperamento entra en conflicto con el de los padres, es decir, cuando las exigencias de ellos no están en armonía con las posibilidades temperamentales del niño o niña.

El temperamento se expresa en:

  • Grado de actividad, es decir, movimiento (permanecer sentado o correr mucho).
  • Ritmo o regularidad en los ciclos biológicos (dormir a la misma hora, comer a la misma hora, defecar a la misma hora, etc.).
  • Aproximación o retraimiento ante un estímulo nuevo (le gusta conocer nuevas amistades o no le gusta hacerlo).
  • Capacidad de adaptación (se asusta ante extraños).
  • Umbral de respuesta e intensidad del estímulo (nada le molesta o todo le molesta).
  • Intensidad de sus reacciones (grita cuando está contento).
  • Calidad del humor o estado de ánimo (no se ríe con mucha frecuencia o siempre está contento).
  • Facilidad de distracción (se distrae con la actividad que realiza).
  • Tiempo que presta atención y persiste en las tareas (cambia de juguete a cada momento o sigue haciendo rompecabezas hasta que termina).

Sin negar la reconocida importancia de lo biológico, la influencia del ambiente de aprendizaje del niño adquiere rango básico al enmarcarse, desde etapas tempra- nas de la vida, el estrecho vínculo madre-hijo como proveedor de la seguridad básica afectiva para el niño. Cuando este vínculo es inseguro, puede ser un signo de disfunción de la relación maternofilial que más tarde puede provocar problemas de comportamiento o de aprendizaje.
Dentro de las influencias sociales externas al binomio madre-hijo, se encuentra todo el sistema familiar que puede ser funcional o disfuncional, y estimular o frenar el desarrollo armónico de la personalidad de un niño.

Los sistemas familiares funcionan con subsistemas, roles, alianzas y reglas de interacción, que le deben permitir al niño expresar sus emociones, tomar sus decisiones, cumplir con sus responsabilidades o exigirle las que no le corresponden de acuerdo con su edad.

El sistema familiar funciona, a su vez, dentro de la totalidad del grupo familiar, la subcultura, la cultura y la sociedad, y los cambios producidos en cualquiera de ellos repercuten en los otros.

La influencia de la cultura en el comportamiento y desarrollo del niño depende de su repercusión en la estructura familiar, las expectativas de los padres, las prácticas de crianza y cuidado de los hijos, y la diversidad de personas a que se vea expuesto en las distintas edades.

Estos aspectos, que incluyen la definición de los deberes y las responsa- bilidades de los distintos miembros de la familia, ejercen una profunda acción en el desarrollo social, intelectual y emocional del niño.

Los valores culturales también repercuten en las aspiraciones de los padres acerca del comportamiento y temperamento de su hijo, y pueden tener distintas expectativas sobre lo que consideran rasgos positivos y negativos del comportamiento.

La teoría del comportamiento es aplicable a niños y adultos, e incluso los animales responden de la misma forma y asegura que los comportamientos con un refuerzo positivo ocurren con mayor frecuencia, mientras que o que reciben un refuerzo negativo o son ignorados aparecen con menor frecuencia.


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