Se ha descubierto que escuchar bien distingue a los mejores gerentes, maestros y líderes. Entre los profesionales asistenciales, como médicos o trabajadores sociales, la habilidad para escuchar profundamente está entre las tres primeras cualidades de aquellos cuyo desempeño ha sido calificado como sobresaliente por sus organizaciones. No sólo se toman el tiempo necesario para escuchar y por ende sintonizarse con los sentimientos de la otra persona, sino que también hacen preguntas para comprender mejor la situación de fondo de la persona, no sólo el problema inmediato ni el diagnóstico rápido.
La atención completa, tan en peligro en esta época de tareas múltiples, se embota cada vez que dividimos nuestro enfoque. La enajenación y las preocupaciones disminuyen nuestra atención, de modo que somos menos capaces de reparar en los sentimientos y necesidades de las otras personas, mucho menos responder con empatía. Nuestra capacidad para sintonizar sufre, extinguiendo la afinidad.
Pero la presencia completa no nos exige tanto. Una conversación de cinco minutos puede ser un momento humano perfectamente significativo, para que funcione, hay que hacer a un lado lo que uno estaba haciendo, dejar lo que uno estaba leyendo, desembarazarse de la computadora portátil, abandonar el sueño despierto y concentrarse en la persona con la que uno está.
Prestarle más atención a alguien intencionalmente puede ser la mejor manera de propiciar el surgimiento de la afinidad. Escuchar con cuidado, con una atención indivisa, orienta nuestros circuitos neurológicos para la conectividad, poniéndonos en la misma longitud de onda. Eso maximiza la probabilidad de que los otros ingredientes esenciales para la afinidad –sincronía y sentimientos positivos– puedan florecer.
Tomado de: Inteligencia Social. Daniel Goleman
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